Nadie anotó fechas ni horarios.
En la impunidad total del anonimato,
las descerebradas manos
torturaron sin descanso.
Hasta humillrse a si mismas.
No hubo fotos en las portadas de los diarios.
Ausencia total de nombres.
El absurdo juego de autoindultarse
con un final irreversible:
nada escapa a la memoria.
Los aullidos aún rebotan en las paredes.
Trepan hasta el techo,
para agotarse en un suspiro último.
Los gemidos agitan el aire.
El dolor deambula
como único poseedor del recinto.
El olor de la carne quemada por el shock eléctrico
impregma los revoques.
El terror todavía destruye la luz
en las cabriadas del techo.
Muerte añeja habita el espacio
sin olvido posible.
Almas sin tumba levantan la peor denuncia:
Memoria.